jueves, 30 de octubre de 2008

RECORDANDO A ASTOR PIAZZOLLA

ENSAYO
RECORDANDO A ASTOR PIAZZOLLA
Para Perfil
Albino Gómez

Lo llamaron Astor en homenaje a Astor Bolognini, un violoncelista amigo de su padre Vicente. La historia de este pisciano –como él astrológicamente se reconocía- comenzó el martes 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata a las dos de la madrugada, y su vida, aunque no su historia, se cerró hace quince años, el 4 de julio de 1992 en Buenos Aires, después de una penosa y larga enfermedad que lamentablemente puso fin a su prolífica producción cuando seguía desarrollándose con una enorme potencialidad creadora en París. Cincuenta años antes, en 1942, todavía menor de edad, porque en aquellos años la mayoría comenzaba a los 22, se casó con Odette María Wolf (“Dedé”), una bella argentina con sangre alemana y francesa, que le dio sus únicos hijos, Diana y Daniel. Pero hasta llegar a eso, pasaron muchas cosas, entre otras, vivir desde los 3 años hasta los 16, en Nueva York, con una breve interrupción de nueve meses, por una vuelta a Mar del Plata, en un intento de sus padres, Vicente y Asunta, de reinstalarse en esa ciudad, lo que recién pudieron lograr en 1937.
Claro está que esos años neoyorkinos le dieron a nuestro músico una base cultural-emocional que selló toda su vida, a través de las vivencias que significaron sus rebeldías escolares, la amistad con sus primos italo-americanos de New Jersey, las pandillas barriales de las que formó parte, sus rechazos hacia el solfeo, sus primeros maestros musicales; ese primer bandoneón de segunda mano, con cincuenta notas metálicas y estuche de madera, que aprendió a tocar solo, mientras recibía lecciones de piano de un maestro húngaro, discípulo de Rachmaninov que le descubrió a Bach y a Mozart, enamorándolo de dichos autores de tal manera, que abandonó sus correrías y peleas por las calles de Manhattan donde tocaba la armónica o hacía zapateo americano por moneditas. Y cómo obviar el hecho imprevisible y mágico, de poder conocer a Carlos Gardel a los once años, hacer de extra como canillita en una de sus películas y acompañarlo a las tiendas para hacerle de intérprete idiomático en sus compras.
Evidentemente el destino estaba tramando algo especial para el niño y el joven Astor. Se ha escrito muchísimo sobre él -acerca de su desarrollo musical, desde sus inicios a los 18 años como bandoneonista de Anibal Troilo y su arreglador después- en decenas de notas periodísticas, algunas extraordinarias como la que le dedicara el músico y poeta argentino Guillermo Anad en la Revista El Arca, en diciembre de 2000, que constituye el análisis técnico más profundo y completo sobre su obra, o en libros tan valiosos como el de María Susana Azzi y Simon Collier; más las memorias de Natalio Gorín; el entrañable texto de Diana Piazzolla o las desopilantes historias contadas por Oscar López Ruiz. Vale decir que todo ello me exime de endilgarles hoy a los lectores una extensísima relación cronológica de su producción, por demás ya muy conocida, como todo lo relacionado con la formación de su primera orquesta con Fiorentino en 1946, la obtención del Premio Fabián Sevitzky por sus Tres Movimientos Sinfónicos Buenos Aires, en 1953, estrenada en el Aula Magna de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en su entonces nuevo edificio de la Avenida Figueroa Alcorta; seguido esto por la obtención en 1954 del premio de los Críticos musicales con Sinfonietta, que fuera dirigida por Juan Martinon en Asociación de Amigos de la Música. Para cerrar ese breve ciclo de ocho años con la obtención de una beca del gobierno de Francia para estudiar contrapunto y composición con Nadia Boulanger. Sin dejar de mencionar por supuesto, algo tan fundamental como fueron sus cinco años de estudio con el maestro Alberto Ginastera…Y me detengo aquí para no violar mi propósito de evitar un sumario ya conocido, porque sólo pretendo en esta nota recordarlo, con el modesto aporte de mi testomonio personal a través de algunos encuentros en nuestra larga amistad fundada en New York en 1958, cuando ya llevaba yo más de una década escuchando sus grabaciones en los discos de pasta de 78 revoluciones. Porque me tocó nacer en el seno de una familia tanguera, y mi padre me llevaba desde que yo tenía 10 o 12 años al Nacional, al Marzotto o al Ebro Bar para escuchar tangos. Como vivíamos en la calle Corrientes, al lado del teatro Politeama, pasaba todos los días para ir a mi escuela y luego al Colegio Nacional, por la vereda del Tibidabo, donde yo sabía que tocaba Troilo, como también sabía, por comentarios de mi padre a sus amigos, que había debutado en esa orquesta un joven bandoneonista de apellido Piazzolla. Una calle Corrientes todavía de doble mano, con garitas en las esquinas para que los agentes dirigieran el tráfico, con teatros, librerías y cafés, que le daban vida plena mañana, tarde y noche.
Mi gusto por el tango estaba determinado por lo que escuchaba en mi casa, que abarcaba desde los clásicos de la Guardia Vieja hasta Gardel, más sus películas, los musicales de Francisco Canaro en los teatros, el refinamiento de las orquestaciones de Osvaldo Fresedo que agregaba instrumentos no convencionales. También me motivaban las milongas en los clubes de barrio a las que iban mis primos mayores. Y luego los bailes de los Carnavales con orquestas de tango, de jazz y las llamadas “características” dominadas por Feliciano Brunelli.
Ya veinteañero descubrí mi gusto por el jazz, que en Buenos Aires tenía también como el tango, sus grandes formaciones musicales, a cargo de Eduardo Armani, Luis Rolero con Helen Jackson, los Cotton Pickers en la Richmond de Suipacha con Guy Montana y Annie Lee o Héctor y su jazz. Pero al mismo tiempo renovaba mi gusto por el tango gracias a la nueva riqueza musical que comenzaba a recibir a través de Horacio Salgán y de Astor Piazzolla.
Recuerdo que operado de apendicitis a los 22 años, durante mi breve internaciòn de tres dìas, con dos noches, como se me permitiera instalar en mi habitación del sanatorio un pequeño Winco, me lo pasé leyendo Bahía de Silencio de Eduardo Mallea y escuchando “Prepárense” de Astor Piazzolla, grabado en un disco TK por Anìbal Troilo.
Pocos años después lo vi, aunque desde lejos en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, cuando ganó el Premio Fabián Sevitzky. Pero tardé cinco años más para encontrarlo y conocerlo personalmente, en mi primer viaje a Nueva York en 1958. Yo tenía en esa ciudad a varios amigos, y dos de ellos, colegas míos en el Servicio Exterior, muy aficionados a la música, ambos guitarristas, amigos y admiradores de Piazzolla. Ellos me lo presentaron y comenzó una amistad enriquecida por la estimulante vida cultural que nos brindaba Nueva York, donde había además un grupo de destacados argentinos vinculados al periodismo, a la pintura y a la música, como Ana Itelman, Horacio Estol, Omar del Carlo, Marcelo Bonevardi, Sergio Mihanovich y Enrique Villegas, entre muchos otros, con quienes compartíamos las noches durante casi todos los dìas de la semana, más las de algunos sàbados y domingos. A ese grupo permanente, siempre se agregaban artistas nuestros que nos visitaban con bastante frecuencia. Astor y yo vivìamos a una distancia de apenas cinco minutos de auto, ya que solo se trataba de cruzar el Central Park, desde la Quinta Avenida hasta Broadway, a la misma altura, por lo cual las visitas mutuas eran muy frecuentes.
Astor vivìa en la calle 92 y Broadway, es decir del lado Oeste de la ciudad, a una cuadra del Central Park. Lo acompañaban Dedé, Daniel y Dianita, que andarían por los diez o doce años. También estaba con ellos Pouppé, hermana de Dedé. En ese departamento por el cual pasaron decenas de artistas, recaló un sábado por la tarde Juan Carlos Copes con su compañera María Nieves, que venían de Puerto Rico y llegaban por primera vez a Nueva York. De inmediato partimos con Astor y Copes al barrio italiano a comprar fiambres para la noche, y ensaimadas para la tarde. En ese tiempo, Astor estaba trabajando en la música de un ballet para Ana Itelman sobre el tema de “El hombre de la esquina rosada”. Ya había creado su entrañable “Adios Nonino”, cuando se enteró de la muerte lejana de su padre Vicente, que lo sumió en una profunda tristeza. También aparece por entonces fugazmente en un par de importantes programas de la televisión local, trabaja por las noches en el hotel Waldorf Astorio y casi de una manera permanente en el Chateau Madrid, un excelente lugar nocturno de música y copas. Nuestras salidas preferidas eran las idas al cine, a los museos, al Vanguard en la calle 11 para escuchar jazz, a las exposiciones de pintura, y a las cantinas italianas y españolas, porque el disfrute de Astor por la comida era toda una ceremonia. Eran estupendos los recorridos que hacíamos por un Manhattan más transitable que hoy en día, y también nuestras salidas más lejanas que incluían Brooklyn, Queens, New Jersey o Long Island. Más allá del Bronx llegábamos a los Cloisters para sentarnos a escuchar en la paz de los patios de ese museo-convento, música sacra, mientras podíamos contemplar el río Hudson, bien azul en verano y tan gris y helado en sus orillas durante los inviernos. Es que nos fascinaba esa zona muy boscosa llamada Riverdale, donde vivió y murió en 1945 uno de los íconos de Astor, Bela Bartok. Ese lugar estaba situado a unos veinte o treinta minutos de Times Square, o sea del mismo centro de Manhattan, y nos regalaba un paisaje tan maravilloso que se nos hacía casi imposible creer que pudiéramos estar tan cerca de esa tumultuosa y vibrante ciudad neoyorkina. Por supuesto, también eran inafaltables las largas tenidas nocturnas de charlas y discusiones sin fin sobre cine, música, libros y hasta sobre política, la nuestra e incluso la mundial.
Aunque ya lo he dicho en otras oportunidades, pero nunca en estas páginas, no puedo obviar contar nuevamente que entre las tareas diplomáticas que me tocó cumplir en Nueva York durante aquel tiempo, tuve la muy grata de acompañar durante una semana a la escritora y directora de la Revista Sur, Victoria Ocampo, que llegara en calidad de directora del Fondo de las Artes para invitar a ciertas personalidades a concurrir a un gran festival internacional de cine que tendría lugar próximamente en Mar del Plata. Ella a su vez, invitó a acompañarla durante su estadía en la ciudad, a su amigo Igor Stravinsky y a Vera, su mujer, que vivían en California. De modo tal que me constituí en una suerte de edecán de ese extraordinario terceto que se alojaba en el Waldorf Astoria. La visita de nuestra escritora se cerró espléndidamente con una gran recepción que le ofreció nuestro embajador ante las Naciones Unidas, Mario Amadeo, en el famoso Metropolitan Club de la Quinta Avenida, a la cual concurrieron escritores, músicos, pintores, académicos y profesores norteamericanos especializados en literatura latinoamericana y española. Entre tantos famosos no puedo dejar de destacar la presencia de Waldo Frank, de Arthur Miller, del queridísimo profesor español Francisco Ayala y de la inolvidable actriz Maureen O’Hara.
Por supuesto, me ocupé especialmente de la lista de argentinos notables que vivían en el área, entre los cuales estaba obviamente Astor Piazzolla, que no me creyó en absoluto cuando le dije que le presentaría a Igor Stravinsky en esa recepción. El hecho es que cuando llegó Astor, acompañado por Dedé, fui a buscarlo a Stravinsky, rescatándolo de un grupo de señoras que lo rodeaban embobadas. Como el músico se había acostumbrado cordialmente a mi presencia diaria, a modo de una suerte de edecán o guía, me siguió de inmediato hasta donde estaba Piazzolla. Este no lo podía creer, y tampoco podía articular palabra alguna, en ninguno de los dos idiomas posibles, como el francés y el inglés, que hablaba con fluidez. Por fin, ante dos nuevos intentos míos de presentación, dijo: “Maestro, yo soy su discípulo a la distancia”, dio media vuelta y huyó. Es que para Piazzolla, Stravinsky, Ravel y Bartok, eran como dioses musicales, pero su timidez, su enorme timidez, que sólo los muy cercanos conocieron, le jugó una mala pasada. Claro está que el día siguiente lo llevé al Waldorf Astoria y pudo mantener con el gran músico ruso una larga charla durante la cual le mostró y entregó varias partituras de sus obras. Quienes conozcan la obra de Stravinsky y la de Piazzolla, saben perfectamente de la gran influencia de aquél sobre nuestro músico. Bastaría con escuchar “Tres minutos con la realidad”, para echar por tierra cualquier duda al respecto.
Casi al mismo tiempo, tanto Astor Piazzolla como yo dejamos Nueva York, Continuó nuestra amistad en Buenos Aires, donde tuve oportunidad de escribir a su pedido un letra para un tema que tituló “El mundo de los dos”, que me pasò en piano en su departamento de Entre Rìos y Venezuela, donde todavía sigue viviendo Dedé. También le hice entonces una letra para una vidalita, que fue uno de los temas musicales de la película “Paula cautiva”. “El mundo de los dos” lo estrenó en 1962 con su quinteto integrado por Jaime Gosis, Oscar López Ruiz, Elvino Vardaro, y Quicho Días, y la voz de Héctor de Rosas. Eso fue en un recién inaugurado boliche que se llamó “676”, en ese mismo número de la calle Tucumán. En Buenos Aires reanudamos la vida nocturna de Nueva York, siguiendo todas las actuaciones de Astor en diversos boliches como Jamaica o La Noche y en sus conciertos en universidades. Por supuesto tenía grandes admiradores y detractores que negaban que su música fuese tango. Pero él decía que todos los estilos y formas le merecían el mayor respeto. Que había sido y era admirador de las orquestas de Julio de Caro, Osvaldo Fresedo, Elvino Vardaro, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Horacio Salgán. Como admiraba a músicos como Atilio Stampone y Leopoldo Federico. Pero que no pod``ia escribir ni sentir como ellos por no poder ni querer imitarlos. Y en cuanto a lo que se decía acerca de que empleaba ritmos y armonías modernas en sus tangos, sencillamente aclaraba que se trataba del “nuevo tango”, y que no serìa un error vaticinar que eso que hacìa en ese momento, en un futuro no muy lejano, habría de ser tildado de antiguo. En 1969, mientras me desempeñaba –con autorización de la Cancilería- como director de programación del Canal 7, en una finalmente frustrado intento de transformarlo en un canal cultural, fui designado jurado técnico internacional para el Festival de danza y canción de Buenos Aires, que se desarrolló en el Luna Park, y compartí ese honor con Francisco García Gimenez, Lucio demare, Hamlet Lima Quintana, Eduardo Lagos, Horacio Malvicino y Chabuca Granda. En dicho festival Piazzolla presentó la después tan famoso “Balada para un loco”, a la que votamos para el primer premio pero que perdió por la decisión del voto popular, que le otorgó el premio al tango “El último tren” de Julio Ahumada. Este tango tuvo una sola grabación, la del propio concurso, y nunca más otras. La “Balada” constituyó un éxito mundial. Después la vida y los trabajos nos llevó por
distintos países, pero seguimos escribiendonos y encontrádonos, por ejemplo,en Nueva York cuando concurrí para cumplir con un trabajo de Clarìn y Astor llegaba desde París, donde estaba viviendo, invitado en el marco de los festejos del “Columbus Day” para interpretar tres temas suyos orquestados por él para los cincuenta músicos de la Filarmónica de Nueva York, y que el enorme placer de escuchar en el Madison Square Garden. Para ese concierto también llegó Diana desde México, donde estaba exiliada duraante el tiempo de la última dictadura militar. No me queda ya espacio para seguir hablando de nuestros encuentros, pero al menos debo agregar el que tuvimos cuando siendo embajador en Suecia, pude recibirlo en Estocolmo dos veces. La primera fue para dar un deslumbrante concierto con su quinteto en el mejor teatro de la ciudad, el ante 1200 espectadores, quedando más de trescientos sin poder lograr un lugar. La grabación de ese concierto, con las palabras previas de Piazzolla en su flúido inglés se sigue pasando todavía hoy, después de veinte años, en la Radio Sueca. La segunda fue cuanto participó con el mismo quinteto meses después, en verano, en un festival de jazz a orillas del Báltico. Por supuesto, en las dos oportunidades comimos con todos los integrantes del quinteto en mi casa, donde charlamos y escuchamos música hasta el amanecer. En los comienzos de los años cincuenta, con mis jóvenes amigos, lo considerábamos un equivalente a George Gershwin, porque como él estaba creando una gran música partiendo de las raíces populares de la ciudad. Y como decía Guillermo Anad en el trabajo que antes citara, a pesar de no haber sido un “tanguero”, o quizá justamente por eso, llevó el Tango a terrenos insospechados, donde acaso ya no hacìa falta sentir “el temblor de las baldosas de un bailongo”, sino más bien la kepleriana música que produce la Tierra al desplazarse en el Universo.
*El autor es diplomático, escritor y periodista.

¿QUE SERÁ DE EUROPA?

¿QUE SERÁ DE EUROPA?

PUBLICADA EN “NOTICIAS” DEL 26 DE AGOSTO DE 2007 EN LA SECCIÓN “CLASES MAGISTRALES”
MATERIA/GLOBALIZACIÓN


El destino del continente sacudido por los últimos acontecimientos políticos y religiosos: la caída de la Unión Soviética, el avance del islamismo, la guerra de Irak y el conflicto de Medio Oriente.

Por Albino Gómez

Ultimamente voces muy autorizadas se preguntan con inquietud por el destino de Europa. Podemos mencionar a la canciller alemana, Angela Merkel, al filósofo Jürgen Habermas, al ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y muy recientemente al prestigioso historiador del nazismo, del comunismo y del terrorismo, Walter Laqueur, quien en su libro Los últimos días de Europa describe una Unión Europea en declinación, para él, irreversible.

Sin pretender afiliarnos a dramatismo alguno, sólo señalaré complejas circunstancias que arrancan, por lo menos, desde comienzos de la década del 90, y que tal vez hayan sido olvidadas, pero que son reflexiones tomadas de muy diversos artículos y ensayos que no pueden obviarse para analizar e interpretar correctamente la actual situación. Asimismo dejaré de lado, en lo posible, toda actualización por considerarla innecesaria, ya que ella la venimos haciendo a través de nuestras lecturas, día a día.

Comencemos con aquello de que los tiempos de los sueños elegíacos, del fin de la historia y de las propuestas ingenuas sobre la paz universal que siguieron a la caída del Muro de Berlín, han quedado ya muy lejos. Así también las hermosas frases sobre el progreso, la paz, el relanzamiento económico, la recuperación casi instantánea de los países del Este, el equilibrio y la prosperidad desde el Atlántico a los Urales.

La realidad se encargó de echar por tierra rápidamente estas primeras ilusiones, pero como todavía seguimos sin aprender que no son las realidades las que matan, sino que las asesinas son las ilusiones, pronto surgieron otras, sustitutas de las primeras. Por ejemplo: la convicción inconfesada de que el Oeste rico estaba esencialmnte al abrigo de los sobresaltos del Este pobre; que las explosiones y los accidentes podrían ser controlados y –lo que es más superficial- que Rusia había adoptado definitivamente una actitud entre amistosa y humilladas, con la que se iba a someter a Occidente y tragar su descomposición a media voz a cambio de unos cuantos miles de millones de dólares. Todo esto sin hablar de los últimos dramáticos atentados terroristas. Entonces nos preguntamos: ¿Cuánto tiempo tiene que pasar todavía para que los europeos comprendan que han cambiado un mundo amenazado, pero sin riesgos, por un universo sin amenaza militar, pero con riesgos? ¿Cuántas sacudidas y cuántos espasmos serán necesarios para hacerles admitir que las ondas expansivas –económicas, demográficas o ideológicas- procedentes de Moscú, sin contar con el avance del islamismo, el aquelarre de lo que va pasando en Irak y tal vez pronto en Irán, más toda la situación de Israel y de los palestinos van a repercutir en casi todo el Continente?

Los elementos de este caos son innumerables y van a sobrevolar los próximos decenios. Además, ante estas amenazas, latentes o explícitas, virtuales o reales, no hay ningún mecanismo regulador, ninguna cibernética de la historia que, como una cuerda de seguridad, mantenga al mundo dentro de un orden mínimo. Ya no funcionan ni la Guerra Fría ni las alianzas internacionales; ni los imperialismos locales, renovados todos ellos o no. Así pues, hemos ingresado en el reino de lo aleatorio, de lo incierto, de la confusión, del desorden y del retorno al tribalismo.

Decimos tribalismo y no nacionalismo, que sería menos grave, porque el primero pone el acento sobre la tierra, la sangre y la identidad; el segundo, en cambio, menos monolítico, deja sitio, a veces, a la adhesión o a la apertura.

Salidas del congelador de la historia, tal como habían entrado entre 1917 y 1947, las sociedades de la Europa del Este no han podido llevar a cabo el trabajo de maduración, reflexión e introspección de si mismas que durante años hicieron sus congéneres del Oeste. Los fantasmas resucitan, totalmente vírgenes y sin modificación ni alteración alguna. En primer lugar, vuelve el chivo expiatorio judío. Incluso en Polonia, en la que el judaísmo fue barrido del mapa; y en Moscú, donde suscita la misma agresividad que en la época de los Protocolos de los Sabios de Sión. En segundo lugar, el odio a los gitanos, pueblo ambulante e indómito, cuya forma de vida provoca las iras y los reflejos étnicos más clásicos. En definitiva, el rechazo del otro, desprecio por las minorías y miedo al cosmopolitismo, que producen violencia y hostilidad, aunque muchas veces sólo sean verbales.

De todos modos es evidente que, desde que su horizonte se ha abierto al capitalismo, algunos de estos países ven cómo, poco a poco, el mercado, el intercambio y los primeros signos de extraversión, están haciendo bajar la presión. Pero si exceptuamos a los polacos, a los húngaros y a los checos, que han iniciado una transición difícil, pero quizá lograda hacia la democracia y al mercado (aunque sin embargo no han desaparecido en ellos las miasmas xenófobas), todos los demás están a merced de un tribalismo, al que ha respondido, como el eco, el retorno de las aspiraciones de identidad en el Oeste.

Y este tribalismo no sólo promete retrotraernos al siglo XIX, porque convertida la economía en la ultima ratio, las aspiraciones de consumo en el objetivo vital, la riqueza en el valor supremo y el dinero en la referencia absoluta, ocurre que las incertidumbres del mercado agravan el desconcierto de las poblaciones y, por lo tanto, su tentación a refugiarse en las fantasmagorías étnicas.

Lo mismo que los occidentales soñaban, una vez destruido el Muro, con la paz definitiva, los orientales pensaban que, después de unos cuantos años de sacrificio, iban a alcanzar el nirvana capitalista. Nunca entendieron que el mercado era una ascésis, que acanzarlo a medio plazo y desde el punto de vista humano, era una utopía, y que las primeras consecuencias serían la degradación del poder adquisitivo y la pérdida de muchos empleos. Soñaban con un mercado a la anglosajona y descubrieron la jungla. ¿Qué otra cosa puede ser el capitalismo salvaje? Creían estar recorriendo, de una forma acelerada, la película del desarrollo tradicional (acumulación, inversión y nacimiento de una clase empresarial) y lo único que conocieron, fueron los encantos de los circuitos ilícitos de distribución, el mercado paralelo, y la aparición de una clase dominante en la que Marx no había pensado: la Mafía.

Afortunadamente, el decorado no ha sido tan negro en todas partes. Preparada para la economía de mercado por el “kadarismo”, un sucedáneo del capitalismo, Hungría se constituyó en una excepción. De algún modo pasó lo mismo con la nueva república Checa, que fue llevando con éxito la transición, apoyándose en una tradición industrial que le permitió presentar un clima industrial casi a la alemana, con unos costos muy cercanos a los de un país del Tercer Mundo, aunque no puedan sostenerse largamente. Y lo mismo podría decirse de Polonia, en tanto y en cuanto se puso en camino antes que los demás países del Este, aprovechándose de su vecindad con Alemania y apoyada en una sociedad civil sofisticada. Podríamos incluir a Eslovenia, el hinterland feliz de una opulenta Austria.

Pero en los demás países, y con mayor razón en Rusia, el desconcierto económico pudo implicar la mejor coartada del tribalismo. Porque habría hecho falta una dosis de racionalidad muy por encima de la normal, para aceptar un terremoto, que todavía no ha finalizado y cuyos únicos efectos han sido la proliferación de los aprovechados, de los especuladores y de los prevaricadores. ¿Será pués Occidente el responsable de todo esto por no haber ayudado lo suficiente? ¿En definitiva un chivo expiatorio creíble? Aún así, aceptemos que lo peor nunca es lo más seguro, pero, en el juego de las hipótesis, constituye la referencia y el punto de partida obligado.

También son elementos importantes del desorden, los movimientos de población, las migraciones, cuyo análisis demandaría un trabajo exclusivamente dedicado a este fenómeno, que padecen principalmente Francia, Alemania, España e Italia. Y en menor medida, hasta Portugal. Pero en síntesis, eludiendo estadísticas y sin entrar en el tema, podemos decir que detrás de este doble flujo migratorio sin límites, del Sur hacia el Norte y del Este hacia el Oeste, se perfila a corto plazo una similitud entre las dos Europas, la latina y la central: porque ambas van a padecer angustias similares en términos de identidad, de relación con los extranjeros y de percepción de los otros.

Pero digamóslo de una buena vez: el desorden para Europa se debe, asimismo, a que su visión del mundo se estructuró, para bien o para mal, con la anterior presencia de la Unión Soviética y, por eso, les cuesta mucho a los europeos imaginar que el vacío haya sustituido al más hierático de los Estados-imperio. Porque la URSS abrazaba al Continente como un andamiaje a un muro inseguro: franceses, italianos, alemanes, etc. se habían convertido en europeos contra ella y, por lo tanto, gracias a ella. Ahora tienen que hacerse a la idea de que nunca más volverán a conocer cierto orden por el lado de Moscú, en el sentido más clásico del término: un territorio, un Estado, reglas de juego y un sistema de poderes siempre identificable. Porque es bueno recordar que siempre se decía que si uno visitaba en aquellos tiempos Moscú, no podía recibir información de nada pero lo entendía todo. En cambio, si visitaba Roma, recibía todo tipo de información, pero no entendía nada.

Frente a este continente, desde entonces desconocido, no quedaba otra solución que su inserción en la economía mundial. Pero se ingresó de entrada en una etapa de la economía de mercado sin reglas jurídicas, ni de derecho comercial ni civil, sin urbanismo y, evidentemente, sin respeto a los derechos de los trabajadores. Una etapa económica parecida a una jungla, en la que el mercado negro y el legal se superpusieron, porque no había regla alguna para poder diferenciarlos. Por todo ello, resultó obvio que se generara el dominio de las mafias locales, unidas, después de múltiples conflictos, en una “camorra” de nivel internacional, susceptible de enfrentarse o de cooperar con sus grandes competidoras europeas o americanas.

Una etapa, pues, de economía de subsistencia,y en su centro un poder simbólico, dotado del atributo nietzscheano que representa el poder atómico, un poder que detenta aparentemente la soberanía y que hereda la tradición histórica rusa. A su alrededor, una serie de centros de decisión autónomos, llámense regiones, conglomerados industriales o técnicos, dirigidos por grandes señores en negociación permanente con el soberano moscovita, que no aceptan determinadas órdenes y se consideran los únicos jueces de los intereses de sus territorios. ¿Es necesario además, recordar Chechenia?

En cuanto a la inevitable retirada norteamericana, es también parte del desorden. Los Estados Unidos están sometidos a su propio dinamismo, además de que nunca han sabido ponerlo al servicio de una estrategia de dominio de larga duración. El comunismo y su prosperidad natural condujeron a los Estados Unidos a Europa. La muerte del primero y la disminución de la segunda producen su partida, sin siquiera hacer ruido. Los europeos han creído, durante decenios, que los Estados Unidos se interesaban realmente por ellos, cuando, en realidad, Europa sólo fue la avanzada frente al “imperio del mal”. Y una vez que se hayan ido de Europa, los norteamericanos no volverán fácilmente. Al menos no bastará para ello con los espasmos locales de los Balcanes o de otras zonas europeas. Sólo un drama que tuviese como actor principal a Rusia, podría hacerles implicarse de nuevo. Y es que ayer Europa era la vanguardia frente al enemigo. Hoy, un campo de retirada al borde de una “agujero negro”.

Pero más allá de simpatías o antipatías, los europeos deben reconocer que con la presencia de los Estados Unidos, si bien no estaba garantizado el orden de Europa, sin ellos, el desorden gana espacio. Además, cuando los intelectuales alemanes se inquietan por el futuro de su democracia, cuando los italianos del Norte hablan de sus compatriotas del Sur como de extranjeros ladrones, cuando los escoceses resucitan cuestiones viejas de siglos para criticar a Londres, cuando los húngaos ven al partido en el poder dividirse entre demócratacristianos de derecha y nacionalistas antisemitas, cuando los flamencos sueñan con la independencia, y sin llegar a España para no extenderme más, podemos concluir que está naciendo una nueva Europa. Una nueva Europa que surge, entre otras cosas, por la desaparición de un tabú que, durante casi medio siglo ha garantizado la paz en el Continente: la intangibilidad y la inviolabilidad de las fronteras.

Todos sabían que, si este punto cedía en alguna parte, se corría el riesgo de que se deshiciese todo el tejido. Ahora bien, a pesar de estar convencidos de este peligro, los europeos han preferido esconder la cabeza debajo de ala en vez de definir un marco y un procedimiento que permitisen abordar los casos más difíciles. Negando la realidad, se han visto obligados a vengarse de una forma anárquica y violenta. Una vez que las fronteras se tornan cuestionables y, por lo tanto, cuestionadas, la paz ya no es algo que se da por supuesto. Así, podemos afirmar que no fue muy feliz o auspicioso el final del siglo XX para Euroopa.

Y aunque muchos digan lo contrario, no es el Islam el que desempeñará el papel del comunismo, es decir, de un enemigo monolítico y previsible, en relación a Europa. Para eso, la falta homogeneidd, coherencia y solidaridad. Además, frente al Islam integrista, al que inspira y trata de dominar Irán, como lo hizo el Komintern con la Unión Soviética de Stalin, hay otras muchas variantes islámicas moderadas. Convertir al Islam en un fantasma pelirgroso es olvidar que la principal potencia musulmana del Oriente Próximo, Turquía, fue y sigue siendo un miembro activo de la OTAN. Antaño, sirviendo de avanzada de la organización militar europea frente a la Unión Soviética; años después, frente a Sadam Hussein, durante la crisis de Kuwait, y hoy, en el corazón de las repúblicas islámicas de la ex URSS, donde desempeña el papel de contrapeso eficaz a las campañas iraníes. Y eso, sin contar a Arabia Saudita y a otros Estados del Golfo, cuya rigidez religiosa nunca se transformó en proselitismo conquistador. Es evidente, sin embargo, que si Argelia o Túnez no resistiesen la ola integrista, su onda expansiva afectaría a Europa de varias formas: con la llegada de las élites laicas que huirían de los nuevos regímenes, así como con el reisgo de agitación de las comunidades de inmigrantes instaladas en el Continente. Por supuesto, los resultados desastrosos, desde todo punto de vista, de la última y todavía actual presencia de los Estados Unidos en Irak, si bien no cambian demasiado por ahora lo que acabamos de decir, siendo muy moderados podemos afirmar que no han traído beneficio alguno ni han contribuido para nada a la paz regional ni mundial.

¿Pero dónde está el lider, a la vez democrático y tutelar, liberal y con autoridad, capaz de tejer los hijos de la tela europea? Incluso si Rusia consigue un día, lo que va pareciendo probable, volver a desempeñar el papel de “gran potencia”, no sería capaz de ejercer su influencia más allá de su esfera natural eslava, es decir más allá de Ucrania y Bielorrusia. Tampoco se puede buscar este posible líder en París o en Londres. Francia y Gran Bretaña pueden desempeñar todavía un papel de cohesión, pero sólo actuando a través de las organizaciones internacionales. Y ni hablar de ir a buscar al “gran Hermano” de Washington, por el momento desquiciado.

Sólo queda el enigma alemán, reinstalándose en su Mitteleuropa. La unificación de un espacio que se inscribe en las fonteras del viejo imperio alemán, pro también en las posesiones del desaparecido imperio austro-húngaro. ¿Cómo explicar de otro modo la actitud de apoyo del gobierno de Bonn a las reinvindicaciones croatas? Este espacio está dominado por la economía alemana, unificado por la cultura germana en sus diversas expresiones, especialmente por el uso de la lengua, pero no se apoya sobre ningún poder político central. La influencia de la República Federal sobre esta miríada de Estados que participan, de alguna manera, en esta nueva “confederación” es mucho más modesta que la que podía tener, en su tiempo, el más débil de los emperadores alemanes. Y no está en condiciones de imponerles una relación política de soberano a vasallo ni de ejercer un peso específico sobre las relaciones que esta multitud de países mantienen entre ellos, ni siquiera para obligarles a resolver sus contenciosos.

Y es que el Gobierno Federal no está en situación de influir siquiera en el comportamiento o las decisiones de Siemens o del Deutsche Bank. Lo que pasa es que estas grandes compañías han encontrado su hinterland, es decir una zona en la que pueden deslocalizar su producción en fábricas ultramodernas, a veces financiadas con ayuda internacional, con trabajadores casi alemanes –que podrían serlo, a menudo por derecho de sangre, si emigrasen a Alemania- y a los que pagan como en el Magreb, es decir la décima parte de lo que se paga en Alemania.

De ahí que se produzca una situación extraña y ambivalente: Alemania
está omnipresente en este inmenso territorio de fronteras imprecisas y, al mismo tiempo, está tremendamente ausente. El pacifismo de la opinión pública alemana, su rechazo a ver convertirse a su país en actor activo, incluido en el plano militar del juego europeo, la autocensura de sus dirigentes conscientes todavía del peso del pasado, así como la desconfianza de los países medios, son otras tantas razones para explicar el “perfil político bajo” que mantiene Alemania y al que no parece dispuesta a renunciar. Al menos por ahora.

Algo parecido –matatis mutandis- se produce en los confines de Escandinavia. ¡Qué mejor medio para que los suecos puedan escapar a la artrosis de su Estado Providencia que producir en Estonia o en Letonia! Allí encuentran gentes parecidas a las propias, a las que pueden pagar con unos salarios todavía más bajos que los de Hungría o Polonia. De esta forma se van formando nuevas órbitas, con un país central próspero y una serie de satélites pobres y ávidos de dar trabajo a sus ciudadanos.

En este Continente que se ve amenazado por el caos, los grandes no consiguen ponerse de acuerdo. Más aún, no sólo no se ponen de acuerdo, sino que su mutuo entendimiento está muy lejos de representar un factor suficiente de paz. Al comienzo del conflicto yugoeslavo, reminiscencias históricas obligan, los franceses sostenían a los serbios y los alemanes a los croatas. Y eso fue suficiente para que ninguno de los contendientes se sintiese aislado, pero insuficiente para que, una vez que los grandes aliados entraron en razón, las partes en conflicto se viesen obligadas a seguir a sus tutores y abandonar la contienda. De esta forma se hizo primar la memoria para alimentar los irredentismos, y la impotencia para conducirlos al arrepentimiento. Ni los franceses ni los ingleses, ni siquiera los rusos o los alemanes, gozan hoy del poder o del prestigio suficientes como para hacer entrar en razón a sus “clientes”, a los que, sin embargo, podrían convencer muy fácilmente, interrumpiéndoles el suministro de su pensión alimentaria.
Los recuerdos delos lazos pasados alimentan las tensiones; la realidad de las relaciones actuales no permite controlarlas.

Entiéndase bien, no se trata de echar de menos el tiempo en el que rivalidad de las grandes potencias continentales se alimentaba con pequeñas escaramuzas entre sus satélites, aunque al final estaban condenadas a entenderse. Hoy, en cambio, las buenas relaciones entre ingleses, franceses, alemanes e incluso rusos, no son suficientes para garantizar el equilibrio europeo, desde el momento en que los países de esas zonas sensibles no tienen en cuenta su parecer a la hora de elegir la paz o la guerra.

Pero de todos modos, lo cierto es que lo incierto domina a Europa, porque sus mapas económicos, políticos y estratégicos ya no coinciden. Durante la Guerra Fría se superponían casi al kilómetro. La democracia, el mito europeo y el mercado encajaban perfectamente. En el interior de un espacio rodeado por el telón de acero, la apertura de las fronteras económicas suscitaba un proceso de unificación que casó con toda naturalidad y durante décadas la economía, la política y la estrategia. Dado que el comunismo paecía eterno, Occidente disponía de la misma eternidad para llevar a cabo esta transición de uno al otro orden. Era una situación atípica que, por comodidad, se pensó que iba a ser definitiva, porque, además, no tenía precedentes.

Y para terminar de complicar aún más las cosas, el mapa estratégico tampoco coincide con el mapa político. En efecto, el país más fuerte militarmente, en este caso Rusia, se corresponde con el actor político por ahora más débil e incluso, más evanescente, en ciertos supuestos. ¿Cómo pensar entonces en una Europa unívoca y lógica, cuando el único ejército realmente poderoso del Continente pertenece a un país cuya realidad política es incomprensible y cuya dinámica económica no se puede analizar con ninguno de los conceptos tradicionales? Pues bien, esta situación es determinante y genera por si misma incertidumbres, riesgos, sobresaltos y peligros.

En este espacio inarmónico, el tiempo de las respuestas sencillas ha desaparecido. Para los hombres de Estado europeos, acostumbrados durante más de medio siglo de comunismo a actitudes binarias, se trata de un desafío sin precedentes. Y no es muy seguro que sepan comprender esta mutación. Quizá haya que esperar pacientemente a que pasen el testimonio a la generación de la posguerra fría. Porque mientras la primera sopesaba el bien y el mal, los enemigos y los aliados, los misiles de un lado y del otro, la segunda estará mucho más familiarizada con los conceptos de complejidad, con las acciones y las retroacciones, con las causas primeras y los efectos perversos, e incluso, con los engaños de la memoria o con las bromas de la Historia. Por eso, en el peor de los casos, Europa será el Continente del caos y, en el mejor, el de la complejidad.

El autor es periodista, escritor y diplomático

LA CAÍDA DEL PRESIDENTE ARTURO FRONDIZI

(El autor de esta nota, integrante del equipo de Rogelio Frigerio, acompañó día a día durante los dos últimos años de gobierno al presidente Arturo Frondizi, en Olivos y en la Casa Rosada, como funcionario del Servicio Exterior adscripto a la Presidencia.

EL 29 DE MARZO SE CUMPLIRÁN CUARENTA Y CINCO AÑOS DE LA CAÍDA DEL GOBIERNO DE ARTURO FRONDIZI (1962-2007)
Por Albino Gómez
Para Perfil

El 18 de marzo de 1962, en las elecciones parciales para legisladores y gobernadores, el peronismo ganó diez de las catorce gobernaciones, entre ellas la de Buenos Aires. En el plano legislativo, los resultados no fueron tan desastrosos para el gobierno. La UCRI perdió la provincia de Buenos Aires pero ganó la Capital Federal, seguida por la Unión Popular. La UCRP entró tercera. La UCRI también ganó en Entre Ríos, La Pampa, Corrientes, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Los conservadores se mantuvieron triunfantes en Mendoza y la UCRP en Córdoba, con la fórmula Illia-Páez Molina.
En Buenos Aires se impuso la fórmula del Frente Justicialista: Framini-Anglada. El resultado de la elección fue totalmente inesperado para el ministro del Interior, Alfredo Vítolo, quien daba por seguro un amplio triunfo del oficialismo. Yo estuve toda la tarde en Olivos, donde reinaba la soledad y el silencio.
La derrota no fue una sorpresa para el presidente, ya que estaba seguro de que era muy distinto ganar elecciones parciales en las provincias, que enfrentar al peronismo en una votación general donde pudiera expresarse, por primera vez, votando a sus propios candidatos. Pero no pudo resistir las presiones de los más importantes dirigentes de su Partido.
Jacobo Timerman había vuelto de Madrid en vísperas de la elección y me encontré de inmediato con él en el bar Tamanaco, de Santa Fe y Azcuénaga, donde me contó, para que se lo transmitiera al presidente, que su gestión había fracasado, porque Perón se le adelantó: convocó a las agencias a su casa e hizo una declaración de apoyo a la concurrencia a las urnas para votar por los propios candidatos, aun si ello pudiera producir -en caso de un triunfo masivo- el golpe militar. La gestión se la había encomendado Frigerio y no Frondizi, y consistía en tratar de que Perón advirtiera a los peronistas que si se volcaban masivamente a las urnas votando a sus candidatos, podría producirse el golpe militar, y la victoria electoral sería entonces una victoria pírrica.
El día 18, después del cierre del comicio, nadie llamó a Olivos y nadie, salvo algún pariente, visitó a Frondizi. Por la noche comenzaron a aparecer algunos mensajeros. Estaba en el aire la posible intervención de las provincias donde hubiera ganado el peronismo, sobre todo en la provincia de Buenos Aires.
Yo me quedé en su despacho de la planta baja de la quinta de Olivos, dormitando en el sillón del escritorio y recibiendo llamados oficiales, como el del ministro Vítolo, que lo hizo a la dos de la mañana y me pidió que despertara al presidente.
Le dijo entonces por teléfono que las FFAA no exigían la intervención de las provincias donde hubiese ganado el peronismo, pero el presidente asumió la total responsabilidad de intervenirlas, ya que tenía información muy precisa de que se venía el golpe, ya muy difícil de parar, y pensaba que no intervenir a las provincias conflictivas lo aceleraría aún más.
Vítolo le expresó que la decisión de intervenirlas lo obligaría a renunciar como ministro del Interior, cosa que ocurrió. Frondizi me pidió que ubicase a Frigerio y que le indicara que se fuera del país. Así lo hice, a las cuatro de la mañana, hora en que lo encontré después de una larga búsqueda. Cuando le dije que el presidente había decidido intervenir las provincias donde hubiese ganado el peronismo, no lo podía creer. No lo consideraba necesario. Me dijo que se instalaría en Montevideo. Volví a la quinta de Olivos.
El 20 de marzo, se reunieron algunos altos jefes militares: los almirantes Penas, Clément y Jorge Palma; los generales Poggi y Fraga, y los brigadieres Rojas Silveyra y Mario Romanello. Decidieron entonces tomar medidas y se labró un acta secreta que contenía tres iniciativas: limitar el poder del presidente por medio de un gabinete de coalición impuesto por las Fuerzas Armadas; pedirle la renuncia u obligarlo a dejar el cargo preservando las formas constitucionales, y finalmente, instalar en el poder a una junta militar. A la vez se le recomendó al general Fraga que consultase a los partidos políticos para la formación de un eventual gabinete de coalición, pero sus gestiones no encontraron eco: ningún dirigente quería colaborar mientras Frondizi fuese presidente. El 21 de marzo, como si estuviésemos en el mejor de los mundos llegó al país en visita oficial el príncipe Felipe de Edimburgo. Mientras tanto, las 62 organizaciones peronistas anunciaron una huelga general de protesta por las intervenciones a las provincias donde triunfaron los candidatos peronistas.
El día 23 Frondizi renovó parcialmente su gabinete con figuras más potables para los militares, como Jorge Wehbe en Economía y Rodolfo Martínez (h) en Defensa. Al mismo tiempo, sugirió como mediador de la crisis al general Aramburu, quien declaró que la renuncia del presidente no significaría la quiebra del orden institucional. Claro estaba, la renuncia “legalizaba” el golpe.
El 25 el dirigente de la UCRI, Roberto Etchepareborda, fue designado Canciller en reemplazo de Miguel Angel Cárcano, cuya total lealtad hacia al presidente y su posición frente al problema cubano en la OEA lo habían malquistado con las Fuerzas Armadas. Mientras tanto, Aramburu, a poco de entrevistarse con Frondizi en la Casa de Gobierno, emitió un comunicado en el cual manifestaba:
“El presidente de la Nación acaba de pedirme que contribuya a buscar solución a la actual crisis. Le he contestado que a mi juicio, en estos momentos y, por lo pronto, no debe vacilarse en hacer todos los sacrificios necesarios, inclusive los de orden personal, para tratar de mantener el régimen institucional de la República: que el restablecimiento y afianzamiento de ese régimen fueron los objetivos de la revolución y del gobierno provisional. Le he solicitado un plazo para meditar y hacer las consultas indispensables con el fin de saber si puedo ser útil en estas gravísimas circunstancias. Debemos urgentemente eliminar todo aquello que nos divida y lograr la unión nacional si no queremos perder el futuro”
Mientras Aramburu mantenía contactos con distintos sectores de poder del país, el presidente Frondizi se reunió con el secretario de Marina. En la entrevista, que se desarrolló en la madrugada en la residencia de Olivos, el almirante Clément le sugirió “la conveniencia de presentar su renuncia, como la mejor solución patriótica para poner término a la gravísima crisis y para mantener la estructura constitucional de la Nación”.
La respuesta del presidente fue terminante: “no renunciaré”.
Durante dos días Aramburu había intentado sin éxito recomponer las relaciones gobierno-oposición tratando de hallar cierto consenso para el mantenimiento de Frondizi al frente del gobierno. Pero el 26 de marzo anuncia el fracaso de su gestión conciliadora ante la inflexibilidad que encontró en la mayoría de los representantes de las fuerzas vivas de la Nación. Y le dice al presidente “Doctor, he agotado la gestión y todo se hará respetuosamente, dentro del orden constitucional, pero usted debe renunciar”.
En su nota pública señalaba: “Las diferencias entre los argentinos son muy profundas y la base de posibles coincidencias descansa, lamentablemente, en su renunciamiento” (el de Frondizi).
El día 27, la secretaría de Prensa de la Presidencia de la Nación emitió un breve comunicado en el que hacía saber la entrega de la nota por parte de Aramburu y la decisión de Frondizi de no renunciar.
Indudablemente el “pronunciamiento” de Aramburu, tomando parte en la disputa, constituyó un agravamiento de la crisis, que cobró mayor impulso al conocerse la negativa ya reiterada de Frondizi de abandonar su cargo. El flamante ministro de Defensa, Rodolfo “Rolo” Martínez (h), surgió como el sucesor de la frustrada mediación de Aramburu, al poner en consideración de las fuerzas armadas una fórmula de transacción a modo de “Plan Político”. Pero ya a esta altura, los jefes y oficiales militares insistían en que no era posible hallar una solución a la crisis por la que atravesaba el país, con Frondizi a la cabeza del gobierno nacional.
Ya el día 28, la normalidad institucional se tornaba imposible de sostener en pié. El secretario del Ejército, general Rosendo M. Fraga, consciente del peligro que corría la estabilidad del presidente le había manifestado su disposición de utilizar en su resguardo a las fuerzas leales, cosa difícil de aceptar por parte de Frondizi, que siempre se opuso al derramamiento de sangre. Pero Fraga fue detenido por orden del general Poggi que pasó a dominar la situación interna del arma. Y su detención privaba al gobierno de todo apoyo militar. Mientras tanto, desde tempranas horas de la madrugada la ciudad se había transformado en el núcleo nervioso de la crisis. Y la ciudadanía era simple espectadora del movimiento de tropas que preanunciaba que el pico más elevado de la crítica situación institucional estaba pronto a consumarse.
Ese mismo día renunciaron los tres secretarios militares (Fraga, Clément y Rojas Silveyra). Entre tanto, el ministro Martinez consultaba con la Corte Suprema de Justicia, si, al ser destituido el presidente, cabía aplicar la Ley de Acefalía, en cuyo caso José María Guido asumiría la presidencia, en su carácter de titular provisional del Senado. Los jueces se pronunciaron a favor de la validez de la Ley de Acefalía. Pero la estructura gubernamental, ya seriamente deteriorada, recibió su estocada mortal al difundirse el comunicado en que los tres comandantes en jefe (Poggi, Alsina y Penas) anunciaron que:
“Atento a la gravísima situación imperante exigimos el alejamiento de sus funciones del señor presidente de la Nación, a fin de agotar los medios para salvar la organización constitucional. Esta decisión se notificará en el día de la fecha, por conducto de la autoridad militar que cada fuerza estime conveniente.”
Poco después de conocido el texto del comunicado militar, sus firmantes mantuvieron una nueva reunión con el presidente para inducirlo a que aceptara presentar su dimisión. Sin embargo, Frondizi les reiteró una vez más su firme resolución de no declinar su investidura. La posición asumida por el presidente indujo a estos a difundir una manifestación conjunta de las tres fuerzas que expresaba:
“Cumpliendo con el sentir de las fuerzas armadas nos dirigimos al presidente de la República solicitándole su renuncia o alejamiento del cargo que ocupa. La contestación del doctor Frondizi fue negativa. Por lo tanto se le hace responsable de la situación planteada y obraremos en consecuencia”.
Ese día 28 de marzo fue mi último en la Casa Rosada. Ya prácticamente no tenía papeles ni documentos allí. Me fui temprano en la tarde y regresé a mi casa donde esperé el llamado o novedades desde Olivos. Como no recibía nada, fui directamente a la Quinta. A las dos de la mañana fue dado a conocer el último comunicado del gobierno de Arturo Frondizi: “A las 0.50 de hoy el señor presidente de la Nación, doctor Arturo Frondizi, fue visitado en su residencia de Olivos por los señores contralmirante don Gastón Clément y brigadier don Jorge Rojas Silveyra a quienes expresó que estaba irrevocablemente decidido a mantener su actitud de no renunciar, continuando, en consecuencia, en el ejercicio de su cargo. El doctor Frondizi recibió asimismo a los jefes y oficiales del Regimiento de Granaderos a Caballo, quienes expresaron su saludo al primer magistrado de la Nación”.
Las Fuerzas Armadas en un comunicado expedido el mismo 29 de marzo de 1962, trataron de justificar la destitución del presidente Frondizi utilizando, entre otras, razones como las que transcribimos:
“Las Fuerzas Armadas han tomado hoy una grave responsabilidad ante la historia. No lo han hecho sin meditar sobre las razones y las consecuencias de su acción y sin agotar previamente todas las instancias que la situación política y jurídica de la patria les ofrecía…Vigilaron la marcha del proceso institucional con la mirada puesta en un solo objetivo: la plena realización de los ideales de la Revolución Libertadora. Tuvieron, por ello, que intervenir activa y enérgicamente cuando la subversión totalitaria amenazó la vida y la seguridad de los argentinos….Urgieron, pues, al Jefe de Estado a rectificar las actitudes que parecían llevarlo por rumbos peligrosos para la estabilidad y el orden constitucional. Es en nombre de esta función de vigilancia sobre el proceso iniciado el 1º. de mayo de 1958 que las Fuerzas Armadas enfrentaron sucesivas crisis que tuvieron culminación en las elecciones del 18 del actual. Como consecuencia de la última crisis, el Presidente quedó sin autoridad…Encerrado entre los términos de su propio dilema, el gobierno enfrentaba, por una parte, el resurgimiento de fuerzas extremistas infiltradas en la democracia; por la otra, la inminente posibilidad de disturbios sociales de magnitud. Carecía de fuerza, de autoridad moral y política para resolver la situación…Las Fuerzas Armadas recibieron así, otra vez, la responsabilidad de restaurar aquellos valores… El presidente se negó a seguir la vía del alejamiento. No juzgamos su actitud. Dejamos para el futuro la apreciación de estas jornadas dolorosas…Al tomar la decisión de promover el alejamiento del presidente, creemos salvar a la Constitución y recuperar la fe en sus principios. No nos mueve odio ni rencor por ningún argentino ni animadversión por ninguna posición….”
Como se podrá apreciar, a través de ese documento quedó muy en claro toda la arbitrariedad conceptual y de acción de las Fuerzas Armadas.
Y aun cuando el documento reafirma que a los hombres de armas no los movía el odio ni el rencor “por ningún argentino, ni animadversión por ninguna posición”, durante cuatro años habían declamado y sostenido una prédica y una acción antiperonista cerril, que llegó a extremos de confundir movimiento nacional justicialista y movimiento obrero organizado con un ramal del marxismo internacional, o en su defecto creer que el peronismo no era más que una manifestación sofisticada y antinacional que desembocaría finalmente en el comunismo.
Muchos se preguntan todavía qué habría pasado si el presidente Frondizi, de entrada nomás, desde la primera presión militar, no hubiese negociado y en cambio…Y yo creo honestamente que la puesta en práctica de la sola voluntad de ejercer la autoridad que le brindaba la Constitución, habría significado en ese mismo instante su derrocamiento, aplaudido por todos los partidos opositores. También se podría preguntar por su eventual apelación a los militares legalistas, que los había. Pero en el caso de triunfar dichos militares sobre los golpistas, ello no habría ocurrido sin derramamiento de sangre, y Frondizi, nunca hubiera querido pagar ese precio, el precio de la sangre de un solo soldado argentino por mantenerse en el poder. Por otra parte, sostenerse en el poder a través de la lucha armada, no le habría facilitado de ninguna manera gobernar.
Y si bien las negociaciones no le alcanzaron para completar su mandato, le permitieron al menos permanecer cuatro años en el gobierno y muchos logros.
El hecho final y cierto, es que a las 7.30 de la mañana, custodiado por el jefe de la Casa Militar, que para mayor escarnio e ironía lo custodiaba para llevarlo a prisión, partió para Martín García. Y la Argentina perdía así su última oportunidad en el siglo XX para despegar y transformarse en una Nación plenamente desarrollada, socialmente justa, democrática y soberana.
Mientras tanto, apremiado por sus correligionarios y por el ministro de la Corte doctor Julio Oyhanarte, el senador José María Guido se adelantaba a cualquier eventual intento del general Poggi, y juraba ante la Corte Suprema el cargo de presidente de la Nación, cumpliéndose de ese modo con la sucesión determinada por la Ley de Acefalía. Con ello se intentaba maquillar el golpe de Estado mediante una salida seudo constitucional.
*El autor es periodista, escritor y diplomático.